En este escenario, el individualismo tampoco parece tener un gran futuro: la colaboración juega hoy un rol esencial a la hora de alcanzar objetivos. Se trabaja en equipos distribuidos físicamente de manera local, regional y hasta global, atravesados, incluso, por distintos husos horarios. Las tareas se realizan de forma sincrónica o asincrónica (al mismo tiempo o en distintos momentos) sobre diferentes dispositivos fijos y móviles, como computadoras de escritorio, notebooks, tabletas y teléfonos inteligentes.
La “organización ampliada” habla de una red o “redarquía” (más que “jerarquía”), que congrega a empleados, clientes, proveedores y asesores... un conjunto que recibe la acertada denominación de “ecosistema” de trabajo. Nos comunicamos con personas y con cosas: todo se conecta con todo.
De hecho, el trabajo en equipo y cómo llevarlo a cabo cada vez de mejor manera y más fácil es una arista fundamental de este nuevo modelo. Esta aspiración se choca con una realidad: aún estamos limitados por las herramientas que usamos, que fueron pensadas, diseñadas y desarrolladas en un contexto completamente distinto: son, literalmente, del siglo pasado. La mayoría data, desde el punto de vista conceptual, de la década del ochenta. Por aquellos años, el mundo también asistía a una revolución que dejaría huellas indelebles y que al día de hoy genera un impacto inercial sobre estos nuevos tiempos: la informática personal. El trabajo en la PC era mayormente de creación individual.
Toda esta gran cantidad de datos de los que venimos hablando está en la nube: conjuntos de servidores alojados en instalaciones (data centers) que se ubican físicamente en distintos lugares del mundo y que son mantenidos y sincronizados entre sí por empresas especializadas en el tema, como Google o Amazon.
Esto, a su vez, produjo la mencionada proliferación de datos, nunca vista en la historia: por día se generan incontables fotografías, videos, textos, señales, alertas… un volumen de información que sólo puede ser aprovechado mediante estrategias de big data, herramientas que permiten analizar miles de millones de datos en lo que dura un pestañeo y obtener, de esa fuente inacabable, información valiosa para poder seguir innovando y que aparezcan nuevos servicios y aplicaciones sorprendentes ajustadas exactamente a las necesidades de cada consumidor o trabajador.
Como tercer paradigma de la tecnología informática en la historia de la humanidad (luego de los grandes computadoras o mainframes y de la informática personal que inauguró la PC), la computación en la nube nos ofrece la posibilidad casi ilimitada de alojar información (en los mencionados centros de datos) y nos libera de la carga de mantener actualizado el equipamiento físico (hardware), administrar el proceso, las actualizaciones de los programas (software) y el resguardo del contenido (backup), actividad que, salvo que uno se dedique específicamente a eso, quita tiempo y energía que distrae de las tareas que realmente importan.
En el plano de los negocios, para realizar estas tareas había que asignar recursos humanos y dinero para adquirir equipamiento, a costos significativamente mayores por su baja escala, en especial en el universo de las pymes.
En este caso, desde la aparición de la PC las empresas sumaron a su foco de negocios una tarea paralela: la de administrar su información (y, al mismo tiempo, los equipos que la procesan y almacenan). Así, tanto el comercio minorista (retail) como la proveedora de servicios, tanto la inmobiliaria como la institución de salud, se vieron ante la responsabilidad de actualizar sistemas, mantener hardware y software, realizar copias de seguridad de los datos, mantener una alta disponibilidad de la red… Actividades que no podrían estar más lejos de su objetivo de negocios, de su core business.
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¡Es hora de dejar todo esto en manos de especialistas! Ya casi no quedan organizaciones dedicadas a generar su propia energía eléctrica y en un futuro cercano sonará hasta sorprendente que las empresas en una época debieron ocuparse de su infraestructura informática.
La perspectiva de la dialéctica de Hegel parte de la idea de que la evolución se produce a través de un proceso de tesis-antítesis-síntesis, donde un concepto (tesis) se enfrenta a su opuesto (antítesis) y, como resultado del conflicto, se llega a un tercer estadio (síntesis). Según esta mirada, esta última se encuentra más cargada de verdad que las dos opuestas anteriores. Si empleamos esto para analizar la computación en la nube, detectamos que en este entorno se dispone de los mejor de los dos mundos anteriores:
Como la nube nos permite almacenar información de forma casi ilimitada, representa también el momento de liberarnos de horarios, lugares físicos y herramientas de la era industrial, para que cada uno comience a trabajar desde donde quiere, cuando quiere, en cualquier dispositivo fijo (PC o notebook) o móvil (tableta o teléfono inteligente) y con las soluciones que mejor se adaptan a su tarea.
El complemento de la computación en la nube es la movilidad. Asistimos a una proliferación de smartphones (o teléfonos inteligentes), de tablets y de los equipos más variados. Ya no es necesario que Mahoma vaya a la montaña, ya que ahora puede acceder desde donde esté y en el momento preciso en que sienta la necesidad de escalarla.
La computación en la nube y la movilidad, además, confluyen en la colaboración en línea (online collaboration), que se produce cuando un equipo se desempeña en conjunto, habitualmente en simultáneo (trabajo sincrónico), pero también en momentos distintos (trabajo asincrónico) y sobre los mismos documentos, con total independencia de dónde esté ubicado cada uno de sus miembros y en qué equipo se desempeñe.
Pero esto no termina aquí: entramos aceleradamente en el mundo de la inteligencia artificial (IA) o machine learning. Ya no nos sorprende que el celular nos avise que debemos salir para la siguiente reunión porque en el trayecto se produjo un accidente inesperado. Ni que, al recibir un correo electrónico, nos sugiera tres respuestas posibles para ayudar a aumentar la productividad, nos indique el mejor momento para agendar una reunión entre un grupo, analizando la disponibilidad de todos, nos señale los archivos que probablemente queramos utilizar o nos muestre formas de analizar una hoja de cálculo según su contenido.
Mientras tanto, nos enteramos de que las computadoras le ganan partidas no sólo al campeón mundial de ajedrez, sino a los de juegos mucho más complejos, con muchas más combinaciones posibles, como el milenario go.
Esto recién empieza: el mundo está abierto a funcionalidades potentes como el reconocimiento de voz o de imágenes o la traducción, que ya se pueden usar en la nube. Incluso, es posible combinarlas para que una foto con un texto se traduzca a otro idioma o se agende si contiene una fecha y hora de un evento. Nadie puede predecir hasta dónde nos van a llevar estos desarrollos.
Las nuevas tecnologías, asentadas en la realidad cotidiana, producen un impacto rotundo en tres dimensiones: en los individuos, en la microeconomía y en el sistema económico global. Si nos centramos en cada una de ellas podemos analizar las consecuencias que produce en:
Sobre el rol que juegan estas innovaciones y el impacto que producen nos enfocaremos en las próximas entregas.
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