En pocas décadas, la humanidad transitó sin escalas de la incomunicación total y el analfabetismo hacia la hiperconexión.
El trabajo se ve impactado por estos cambios tan profundos. Los esquemas productivos instalados durante la Revolución Industrial (actividades en serie con horarios estrictos, vestimentas formales, lugares físicos únicos y dispositivos y herramientas limitados en sus capacidades) se modifican de forma feroz, revolucionaria; y esto es llamado disrupción digital.
La creatividad, la innovación, la movilidad y hasta el humor se entremezclan hoy en el trabajo, que se interfiere en un movimiento de ida y vuelta con el ocio.
Porque ocio y negocio comienzan a convivir y se realimentan permanentemente. Se eliminaron las barreras entre ambos, ya nada es lo que era, dirían nuestras abuelas.
Las nuevas herramientas, al igual que sus predecesoras, no son intrínsecamente buenas ni malas. Depende de su buen o mal uso que aporten verdaderamente a una mejor calidad de vida, a más productividad, a una mayor competitividad. Tenemos la oportunidad única de apropiarnos de estas enormes posibilidades tecnológicas para lograr una vida más libre y saludable, de progreso, de realización personal.
Los trabajadores del siglo XXI se desempeñan donde quieren, cuando quieren, como quieren y, eventualmente, con quien quieren.
Es una era sin límites, en la que podemos comunicar la palabra escrita, la voz y la imagen en forma totalmente integrada. Son tiempos de trabajo en equipo, de acceso inmediato a la información, de creatividad compartida.
Una de mis frases preferidas es: “vivimos rodeados de amenazas que encubren grandes oportunidades”. Salgamos a navegar a esos mares que pueden esconder terribles acechanzas. Tal vez, como ya ocurrió muchas veces en la historia, una vez que atravesemos los miedos y desanudemos nuestra habitual resistencia al cambio podamos descubrir un nuevo mundo.
Una persona se saca una foto con un mar turquesa de fondo y la cuelga en una red social para que sus amigos (y aquellos que no lo son, también) se alegren o envidien su suerte. Un radiólogo le envía directamente al médico la radiografía que acaba de tomarle a un paciente. Un usuario, desde su teléfono celular, habilita su registro de posición para recibir promociones de los negocios que tiene a su alrededor. Un transeúnte filma por casualidad un atentado terrorista y, pocas horas después, su video es viral en YouTube.
La tendencia es creciente: cada vez hay más dispositivos conectados, desde cámaras de video de seguridad instaladas por los municipios y edificios, hasta relojes y anteojos inteligentes.
Los ejemplos se multiplican:
Las industrias capturan los movimientos de materiales y trabajadores en las fábricas para analizar esas imágenes con propósitos de prevención de accidentes. Esta técnica, que se conoce como video analytics, recién comienza a utilizarse y promete gran impacto.
Las personas utilizan potentes sensores para registrar el tiempo que duermen (y la calidad del sueño), si están sentadas o paradas, los pasos que caminan y la frecuencia cardíaca cuando hacen ejercicio aeróbico.
Automóviles que se manejan solos y generan cuatro terabytes de datos por día.
Heladeras capaces de hacer el pedido al supermercado sin que intervenga ningún humano.
Conductores que realimentan los navegadores celulares (GPS) con novedades de accidentes o calles con alto tráfico. En este sentido, la compañía Waze –de origen israelí y adquirida por Google– captura información sobre el estado del tránsito, accidentes, calles cortadas u horas de congestión, saca conclusiones y ofrece recomendaciones para evitar trastornos.
Un avión genera 20 terabytes de información por motor por hora. Por lo tanto, un vuelo de seis horas entre Nueva York y Los Ángeles en un Boeing 737 bimotor –el modelo utilizado por muchos transportistas en esta ruta– produce 240 terabytes. En un día cualquiera, alrededor de 30.000 vuelos comerciales surcan el cielo en los Estados Unidos...
Así podríamos seguir durante... En cada uno de estos casos se produce y se pone a disposición una incontable cantidad de datos. Y eso no es todo. En cada minuto que pasa se suben a YouTube 400 horas de videos.
En apenas unas horas, se sube a diario a Internet tanto material como el que almacenan las grandes bibliotecas en sus anaqueles (de hecho, se calcula, según datos publicados por Daniel Tubau en El guion del siglo XXI, que la gigantesca colección impresa Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos alberga información equivalente a unos 10 terabytes, es decir, cinco discos rígidos externos que se consiguen en un AppleStore a unos 100 dólares cada uno).
Con todo esto empezamos a entender por qué se habla del mundo del big data. Es que la diferencia está en saber qué hacer con toda esta maraña: porque estamos ahogados de datos, pero sedientos de información, que es lo que nos permite tomar decisiones y desarrollar el conocimiento que, bien direccionado, nos puede llevar a un estado de sabiduría.
Vivimos una etapa de transformación: nos encaminamos hacia la economía digital o colaborativa. Es imprescindible, entonces, encontrar el camino.
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