En la nube podemos desarrollar “espacios digitales de trabajo”. Basta una PC, una tableta o un smartphone, y herramientas que incluyen aplicaciones, datos y vínculos de comunicación.
Este ambiente nos permite trabajar con nuestro ecosistema (colegas de la empresa o de otras organizaciones), con nuestra organización ampliada, sin importar dónde estén.
Alvin Toffler decía en La tercera ola (1980): “El trabajo deja de ser un lugar físico y se convierte en una actividad, independiente de dónde se realice”. Casi todos, a veces sin saberlo, ya están en la nube. Cuando usan el correo electrónico o comparten una carpeta en Internet. “Espacios” que no son sólo para expertos en tecnología, sino para cualquier usuario. Porque, como asegura Eric Schmidt, “la tecnología sirve y es buena cuando nos olvidamos de su existencia”.
Esto está pasando con la nube, en los móviles y con la inteligencia artificial, que se suma para anticiparse a nuestras necesidades y sugerir de forma proactiva acciones en función del contexto y de múltiples variables que puede relacionar en una forma nunca antes vista. Por ejemplo, que cruce nuestra agenda con las condiciones de tránsito de Waze o Google Maps nos avise que debemos salir antes a una reunión porque hubo un accidente en nuestra ruta.
Decíamos que el concepto de versiones de software queda obsoleto y que esta nueva modalidad de actualización permanente produce que las empresas hereden la innovación tecnológica a una velocidad incomparable. Esta y la existencia de un espacio digital de trabajo son la medicina preventiva para evitar las amenazas de que una disrupción digital pulverice nuestro trabajo, nuestra empresa o el modelo de negocio vigente.
La llegada de competidores con esquemas diferentes, la gratuidad (como se da en los modelos freemium, en los que no hay barreras de entrada y sí un salto a versiones pagas con mayores funcionalidades), la colaboración masiva y el poder que tenemos como clientes o ciudadanos juegan un rol fundamental.
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Dijimos que una tecnología es disruptiva cuando provoca un punto y aparte con todo lo anterior y es lo suficientemente potente como para hacer temblar una industria entera. Como lo explica James McQuivey en su libro Digital Disruption, es un auténtico reemplazo de lo viejo a favor de lo nuevo.
Internet es sinónimo de desintermediación. Debemos estar muy atentos al impacto de las nuevas tecnologías en el negocio de la empresa o en la actividad de la organización, cualquiera sea su ámbito de funcionamiento. En la cadena de valor, cualquier eslabón que no agregue un grano de arena específico puede ser barrido. Internet transparenta y hace que la oferta y la demanda se acerquen, con menos costos y con transacciones efectuadas a mayor velocidad.
Comenzar el camino hacia la transformación digital de los negocios es la prioridad que veremos en las organizaciones en lo inmediato. Esto involucra a las personas y a la tecnología en uso y a punto de implementarse, y precisa una sesuda revisión del modelo de negocios. Nada se debe dar por sentado: lo pago se puede convertir en gratuito, el criterio de monetización puede cambiar radicalmente, todo puede ser distinto. “Ojalá te toquen tiempos interesantes”, decía el proverbio chino. Estos, sin duda, lo son. Cuando le preguntaron a Reid Hoffman, fundador de LinkedIn, qué iba a hacer en los siguientes 10 años, contestó: “Le puedo decir en los próximos dos, porque en el mundo digital es muy difícil ver más lejos”. No se equivocó con la respuesta: al poco tiempo vendió su compañía a Microsoft en 26.200 millones de dólares.
Ya no se puede hablar de planeamiento a largo plazo. La creación de un ambiente laboral digital nos da la flexibilidad para trabajar con entornos de planeamiento más cortos. Ir mutando, a medida que la realidad lo indica y disponer de la agilidad necesaria para aprovechar las enormes oportunidades que el cambio acelerado genera. Este entorno cambiante requiere proceso de pruebas de concepto para reinventarse de forma permanente. Hoy más que nunca vivimos un mundo líquido, como decía Bauman.
En resumen, crear un ambiente digital de trabajo es un camino de ida, imprescindible, que nos va a permitir apilar, en siguientes etapas, nuevas capas de aplicaciones que nos harán estar a tono con los tiempos y sintonizados para aprovechar el nuevo mar de inéditas oportunidades que provee el cambio.
El ingreso al nuevo universo digital, a la computación en la nube y a todo lo que éste ofrece, no es una cuestión de edad..
...sino de actitud
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