Clave para lograr que la herramienta tecnológica más disruptiva y poderosa que hemos conocido pueda desplegar su potencial de impactar positivamente en toda la sociedad.
Todo aquel que haya visto la escena de El hombre araña en la que el tío del superhéroe fallece, lo sabe (porque son las palabras que este buen señor eligió para la charla que mantuvo con el sobrino poco antes de que lo mataran): “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
A lo largo de la historia hemos visto pocas cosas más poderosas que la inteligencia artificial (IA): tiene la capacidad de ayudar a los seres humanos a superar las barreras de conocimiento y los desafíos más importantes de la sociedad, desde la predicción de fenómenos naturales hasta la elaboración de diagnósticos médicos de altísima precisión en tiempo real, pasando por una lista imposible de enumerar.
Por eso, es importante su uso ético y responsable: de la misma manera que la IA puede ser clave para desactivar una amenaza informática, también puede ser la herramienta utilizada para crear un ciberataque bajamente falible.
El uso responsable de IA no sólo es lo correcto, sino que también es beneficioso para todas las organizaciones que decidan suscribirse a esos valores. Por eso, las empresas deben evaluar en todo momento sus sistemas de IA, verificar si funcionan según lo previsto, para detectar desvíos de manera anticipada. Al mismo tiempo, hay que promover una cultura ética a lo largo de toda la organización, de forma que cualquier proyecto que involucre IA se desarrolle, desde el momento cero, según estos parámetros.
Esto, irá alimentando tanto la reputación de la propia organización como la confianza de los clientes y los usuarios, hasta el momento, una de las principales barreras para la adopción masiva de esta tecnología.
No podemos detener el progreso. Pero sí podemos entender el poder de las nuevas tecnologías, explorar sus límites éticos y hacer un uso responsable para garantizar un futuro cada vez mejor