Los nuevos paradigmas, y ya quedó demostrado que la computación en la nube lo es, echan por tierra múltiples tareas que pierden sentido.
Esta suele ser una fuente de resistencia al cambio: los intereses afectados, las personas que realizaban tareas que ya no son necesarias –y, como consecuencia, necesitará reconfigurar su trabajo– o servicios que no hacen falta y se vuelven ineficientes
Algunos ejemplos en cuestiones tecnológicas cotidianas…
Servicios como Dropbox, Google Drive, Apple iCloud o Microsoft OneDrive resuelven toda esta problemática: se almacena una sola vez, se hacen los cambios sobre el mismo archivo y hasta, en algunos casos, se puede editar de manera colaborativa en tiempo real.
Se dispone así de una única fuente de verdad y la productividad que implica el trabajo colaborativo en la nube, produce un efecto bisagra, una gigantesca ventaja competitiva. Es la respuesta técnica a la realidad actual del trabajo en equipo, al hecho de que ya casi nada puede ser realizado de forma individual.
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El proveedor de la nube se ocupa de replicar y de mantener sincronizada la información en distintos lugares físicos y así garantizar la disponibilidad permanente frente a cualquier contingencia. Un mundo sin pendrives es posible (incluso, yo diría que más que aconsejable).
La nube permite un proceso de innovación continua con pequeños y frecuentes updates. Es como tener siempre un auto cero kilómetros al que, cada dos semanas, le incorporamos algo nuevo. Los cambios se absorben gradualmente y se dispone siempre de las últimas y mejores funcionalidades.
Y los diskettes... Ah, no, cierto que ya habían desaparecido hace bastante.
El ingreso al nuevo universo digital, a la computación en la nube y a todo lo que éste ofrece, no es una cuestión de edad, sino de actitud.
Si la creación del espacio digital de trabajo no está en tu agenda: